Los tres
‘drones’ RQ-14 Dragon Eye pesan únicamente 2,68 kilos y miden 1,64
metros de ancho. Entre los días 11 y 14 de marzo sobrevolaron 10 veces
el cráter del volcán, a 10.500 metros sobre el nivel del mar, y gracias a
sus cámaras y sensores, recogieron imágenes que servirán para mejorar
los mapas de distribución de gases volcánicos, lo que puede resultar muy
útil para prever erupciones.
Durante
los vuelos, el equipo coordinó la recopilación de datos de emisiones con
los obtenidos a bordo de vehículos espaciales de la NASA, permitiendo a
los científicos comparar las mediciones de concentración de dióxido de
azufre desde el satélite con las mediciones tomadas desde el interior de
la pluma del volcán.
Los
científicos creen que los modelos informáticos derivados de este estudio
contribuirán a mejorar las predicciones del clima global y mitigar los
riesgos ambientales (por ejemplo, el dióxido de azufre volcánico o
“VOG”) para las personas que viven cerca de los volcanes.
Muy peligroso para misiones tripuladas
Un
componente clave de estos modelos es la intensidad y el carácter de la
actividad volcánica situada cerca de la ventilación erupción. Por
ejemplo, conocer la altura de las concentraciones de ceniza y gas, y las
temperaturas durante una erupción son importantes factores iniciales
para cualquier modelo que predice la dirección de la nube volcánica.
“Es muy
difícil reunir datos desde columnas de erupción volcánica y plumas ya
que las velocidades ascendentes de viento son muy altas y las altas
concentraciones de ceniza pueden destruir rápidamente los motores de las
aeronaves”, afirma David Pieri, investigador principal del Jet
Propulsion Laboratory de la NASA.
“Esos
entornos de vuelo pueden ser muy peligrosos para los aviones tripulados.
Los penachos volcánicos pueden extenderse kilómetros desde la cumbre y
las nubes de cenizas desprendidas pueden desplazarse cientos a miles de
kilómetros”, concluye el investigador.
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